La industria pagó a Harvard para ocultar los efectos negativos del azúcar
Un grupo de investigadores se ha sumergido en documentos de los años sesenta y ha dado con una verdad incómoda: la defensa del azúcar estaba financiada por la industria
El último número de ‘JAMA’, la revista de la Asociación Médica Estadounidense, incluye un artículo-bomba para la industria de la alimentación global. Según desvela el texto escrito por un grupo de profesores de San Francisco a partir del hallazgo de unos documentos internos de la industria alimentaria de los años sesenta, la Sugar Research Foundation (SRF, actual Sugar Association) pagó a tres nutricionistas de Harvard alrededor de 50.000 dólares de hoy para publicar una investigación que dejase en buen lugar al azúcar y señalase a las grasas saturadas como la principal causa de las enfermedades cardíacas.
Si tan importante resultó dicha investigación es porque, publicada en el ‘New England Journal of Medicine’, resultó muy influyente en las recomendaciones nutricionales de las décadas siguientes. “La SRF esponsorizó su primer proyecto de investigación sobre enfermedades cardiacas en 1965, en una revisión de estudios que destacaba a la grasa y al colesterol como las causas nutricionales de estas dolencias y relativizaba la evidencia de que el consumo de azúcar era también un factor de riesgo”, señala la investigación. A diferencia de lo que ocurre hoy en día, en que todas las investigaciones deben mostrar su financiación y explicitar los conflictos de intereses, el estudio no reconocía el papel de la SRF.
Un editorial publicado junto a la investigación por la célebre nutricionista y experta en ‘marketing’ alimentario Marion Nestle recuerda que aunque hay muchas pruebas que demuestran que las industrias tabaqueras, químicas y farmacéuticas “deliberadamente influyen en el diseño, resultado e interpretación de los estudios por los que pagan, se sabe mucho menos de la influencia de la esponsorización de las compañías alimentarias en los estudios de nutrición”.
Para entender mejor la importancia del estudio, publicado en 1967 y llamado ‘Dietary Fats, carbohydrates and atherosclerotic vascular disease’, hay que remontarse a los años cincuenta, cuando las muertes por enfermedades del corazón se dispararon en EEUU. Los preocupantes datos alentaron una larga serie de investigaciones sobre el problema alimenticio que se agazapaba bajo esos decesos, pero la industria del azúcar ya había hecho sus cálculos. Como explica el artículo de ‘JAMA’, el presidente de la SRF, Harry Hass, animó en un discurso de 1954 a que los americanos de mediana edad adoptasen dietas bajas en grasas pero altas en azúcares. Un cambio “que puede significar un crecimiento en el consumo per cápita del azúcar en más de un tercio, con una tremenda mejora en la salud general”.
El problema es que no resultaba nada fácil demostrarlo, especialmente después de que en 1962 una investigación llamada ‘The Regulation of Dietary Fat’, del AMA Council on Foods, señalase que una dieta así podía elevar los niveles de colesterol. A partir de ahí, los pasos seguían un objetivo claro: John Yudkin, el científico inglés que aseguraba que el azúcar era al menos tan dañino como la grasa. El proyecto de John Hickson, director de investigación de la SRF, tenía como objetivo desmontar la teoría de Yudkin a través de la financiación de estudios que señalasen los puntos débiles de sus investigaciones. Su mejor aliado era Ancel Keys, autor del polémico estudio de las Siete Naciones, que aseguraba que las dietas bajas en grasas eran las que garantizaban no sufrir enfermedades cardíacas.
Julio de 1965 fue un mes decisivo para la industria del azúcar. Fue entonces cuando se publicó en el ‘New York Herald Tribune’ un artículo que aseguraba que los últimos hallazgos “amenazaban con atar de pies y manos a la industria entera”, ya que por primera vez se tenían datos de que el azúcar aumentaba el riesgo de sufrir enfermedades cardíacas. La respuesta fue casi inmediata con el nombre de Proyecto 226, y consistiría en una revisión de estudios encargada a dos nutricionistas (Mark Hegsted y Robert McGandy) y supervisada por Fred Stare, director del departamento de nutrición de Harvard.
El montante que recibieron los científicos fue de 6.500 dólares de la época (aproximadamente 48.900 hoy en día) a cambio de un ‘paper’ plagado de evidencias que reforzase la tesis de que el azúcar no era tan dañino. “Nuestro interés particular tiene que ver con esa parte de la nutrición en la que se afirma que los carbohidratos en forma de azúcar realizan una contribución desorbitada a la condición metabólica llamada metabolismo obeso”, sugería Hickson en una carta. No debía preocuparse. Hegsted le respondió recordando que estaban al tanto de su interés por los carbohidratos: “Lo cubriremos tan bien como podamos”. Aunque el artículo de ‘JAMA’ no es capaz de asegurar que Hickson o la SRF contribuyesen directamente al artículo, la correspondencia entre estos y los investigadores sí sugiere que diversos borradores fueron revisados por la organización.
Finalmente, la investigación fue publicada en 1967, sin ninguna referencia a la participación de la SRF en ella. Según el artículo, no había “ninguna duda” de que la única intervención necesaria en la dieta para prevenir las enfermedades cardiovasculares era reducir el colesterol y sustituir las grasas poliinsaturadas por las saturadas. Como se esperaba, el texto relativizaba la importancia de las investigaciones de Yudkin, asegurando que contenían datos cuestionables o interpretaciones incorrectas. Además, aseguraba que la sustitución de la grasa por la sucrosa provocaba una gran mejora en los niveles de triglicéridos.
“Estos documentos muestran que la SRF comenzó a investigar sobre enfermedades cardiovasculares en 1965 para proteger su cuota de mercado y que su primer proyecto, una revisión de estudios, fue publicado en el ‘NEJM’ sin revelar la financiación de la industria del azúcar”, explica el artículo de ‘JAMA’. “Sirvió a los intereses de la industria señalando que los estudios epidemiológicos, animales y mecánicos que asociaban la sucrosa con las enfermedades del corazón eran limitados”. No fue la única investigación semejante. A lo largo de los años se financiaron estudios que, por ejemplo, minimizaban el daño que el azúcar causaba en los dientes.
“Estos hallazgos, nuestro análisis y las actuales críticas de la Sugar Association de las investigaciones que vinculan la sucrosa con las enfermedades cardiovasculares sugieren que la industria puede tener un largo historial financiando las políticas federales”, concluye el artículo. En su respuesta, la Sugar Association reconocía que debería haber existido “una mayor transparencia en las actividades de investigación de la industria”, al mismo tiempo que recordaba que el azúcar “no juega un papel único en las enfermedades del corazón”. Sin embargo, como añade Nestle, hoy en día sigue siendo difícil desentrañar el verdadero papel que la industria juega en las investigaciones que financia, y que por lo general afirman no haber sido influidas por sus intereses. Como en este caso, ha sido la correspondencia privada la que finalmente ha desvelado la verdad, aunque medio siglo después.