El Barça de los extremos sentencia la Copa en Murcia (0-3)
Deulofeu y Arnáiz, con sus eléctricos regates, firman el cómodo triunfo azulgrana cimentado en la segunda parte
Cansado de regatear para los demás, Gerard Deulofeu decidió que le tocaba disfrutar a él. Primero trabajó para el equipo regalando dos asistencias a Paco Alcácer, que acabó marcando, y después sentó a la defensa del Murcia con esa infinito desparpajo que tanto valor tiene en noches grises.
Viendo que la fiesta estaba organizada en la banda derecha, el apocado Arnáiz, que debutaba con el Barça, abandonó su tímidez en el vestuario durante el descanso y se transformó en otro extremo punzante, atrevido y, sobre todo, desequilibrante. Se rebelaron los extremos y el Barça ya tiene la Copa más que resuelta, además de una inyección de confianza para Paco Alcácer, el nueve que poco juega. Hasta debutó también Cucurella.
Dominó el partido el Barcelona en la primera mitad. Tuvo la pelota, encerró al Real Murcia en su área, aunque apenas lo inquietó. Es más, en la media hora inicial las dos ocasiones más claras llevaban el sello del experimental equipo de Salmerón, quien llego a usar hasta siete jugadores no habituales en su once inicial. Mateos y Llorente desactivaron a la defensa azulgrana, pero tiraron mala. Valverde, en su rotación más masiva desde que es entrenador del Barcelona (hasta ocho piezas nuevas introdujo en su equipo), apostó por el Barça de los extremos: Deulofeu llenando la banda derecha y el debutante Arnáiz, tímido al inicio, galopando desbocado por la izquierda en la segunda parte hasta destaparse con un gran gol.
No era, por lo tanto, el tradicional y asimétrico dibujo del Txingurri, cuya confianza en André Gomes es tanta como la que demostró Luis Enrique. Ayer, en Murcia, lo colocó al frente del centro del campo, escoltado por Aleñá (interior diestro) y Denis (volante zurdo), convencido el técnico de que rescatar al portugués de esa melancolía que le persigue es un asunto capital. El Barça tenía el partido en sus manos, a pesar de que no pisaba apenas el área de Santomé. Pero entre tanto pase burocrático e intrascendente, como aquel mecánico que coloca tornillos en una rutinaria cadena de montaje, sobresalía el descaro inagotable de Deulofeu.
El Real Murcia había asustado al Barça con esas dos ocasiones, pero terminada la primera parte alzó la vista para mirar el moderno marcador electrónico del Nuevo Condomina, un estadio de Primera para un club histórico que malvive en las catacumbas de la Segunda B, y detectó que ya perdía. Y Deulofeu, por mucho que pareciera quedar desnudo y sin argumentos a cada regate estéril, no se escondía. Esa es su verdadera grandeza, enfrentándose a Juanra cada vez que recibía el balón como si no existiera un mañana. Al final, tras mucho insistir, sirvió dos exquisitos centros a Alcácer.
En el primero, cabeceó el nueve suplente del Barça, pero una felina parada de Santomé evitó el gol. En el segundo, en cambio, estuvo listo Paquito. Listo porque con un movimiento previo esquivó caer en fuera de juego, listo porque se escapó del radar de Orfila, el central del Real Murcia le perdió de vista, y listo en ese astuto cabezazo para pillar con el pie cambiado a Santomé y abrir así un partido que estaba siendo espeso. Valverde buscaba soluciones abajo, mientras Jon Aspiazu y Joan Barbarà, sus ayudantes, ubicados en el ático de la Nueva Condomina, sentados ambos en la cuarta planta, no paraban de tomar notas.
Al Real Murcia, agotado por el esfuerzo (había jugado el domingo por la tarde en el gaditano pueblo San Fernando), se le abrió el campo por las bandas. Cuando quiso darse cuenta, Deulofeu lo había desgarrado en canal. Y Arnáiz, despojado de la pesada carga que supone vestir la zamarra azulgrana, quiso unirse a la fiesta de Gerard. Entre ambos, virtuosos del regate, desnudaron al conjunto de Salmerón, incapaz de frenar esa sangría. Si era una prueba, por pequeña y modesta, dado el débil rival, los delanteros cumplieron su misión. Los tres marcaron en la noche de los extremos.