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El Barça firma un valioso triunfo ante un inoperante Athletic

Ter Stegen y Messi bastan para ganar en Bilbao

Por Marcos López

Agazapado bajo el larguero de Ter Stegen, perdiendo tiempo tal si fuera un equipo menor, mirando más al marcador que a la pelota terminó el Barça en la Catedral, implorando a todos los santos para arrancar un valioso triunfo. Suma números casi impecables (28 puntos de 30 posibles), pero el juego, al menos ante un estéril e inoperante Athletic, fue insípido y hasta deprimente.

Ni rastro de ese Barça autoritario con el balón, al que despreció de tal manera que no quiso ni tenerlo. Le sobraba tanto la pelota al líder que se dedicó a dar patadones que significaban, en realidad, una traición a su estilo, siendo más terrenal y vulnerable que nunca.

Pero el equipo de Ziganda le perdonó la vida, estrellándose, una y otra vez, ante Ter Stegen. Resumiendo, tuvo el Barça un portero de cine y a Messi. Con eso bastó a Valverde para llevarse la primera victoria de lo que era su casa.

Era un Barça extraño. Extraño resulta ver un centro del campo integrado por Busquets, el último guardián del estilo ante la lesión de Iniesta, Rakitic y Paulinho. El balón volaba de área a área sin peaje previo por la sala de máquinas porque Valverde, ante la ausencia del capitán, optó por destinar a André Gomes una nueva misión.

Si en el Wanda era falso extremo derecho, en el nuevo San Mamés ejerció de extremo/interior izquierdo. O sea, una bisagra. Pero, al final, ni una cosa ni otra. Extraño era también asistir al cruce de pelotazos largos desde el área de Ter Stegen hasta la casa de Kepa.

Hubo uno en que el guardameta alemán esquivó la presión vasca buscando directamente, y sin rubor alguno, a Suárez. Origen (Marc) y final del juego (Luis). La prueba de que la prueba de Valverde, con el portugués reclinado en el costado izquierdo, no salió nada bien, por mucho que Ter Stegen, con unas manos prodigiosas, y Messi, con esa furia goleadora que emana, camuflaran tan profundas disfunciones.

Tanto error se acumuló en cinco minutos donde el Barça vivió instalado en la cornisa. No se cayó de puro milagro. O, en realidad, no se cayó porque tiene un portero gigantesco. Cada jugada (hubo tres de clarísimo peligro) desnudó al equipo de Valverde.

En la primera, el centro de Williams, cabeceado –¡cómo no!– por Aduriz todos estaban descolocados, excepto, claro, Ter Stegen. En la segunda, una falta sacada rápidamente por Iturraspe, con pifia posterior incluida de Williams dejó en evidencia que la libreta del Cuco Ziganda en las acciones a balón parado no había sido bien estudiada.

Nada comparable, sin embargo, a la jugada en que Aduriz tuvo tiempo hasta de tomarse un café bajo el florido Puppy del Guggenheim mientras pensaba su disparo. Tanto pensó que Ter Stegen le quitó el sobre de azúcar y la gloria de un tanto que ya estaba cantando el reputado goleador vasco. Cuando se dio cuenta, estaba frustrado y tremendamente abatido. Ter Stegen, a la suya. Aún dejó otra milagrosa parada ante un desconcertado Aduriz, que no entendía nada.

Si malo era el fútbol azulgrana en la primera parte, peor aún fue en la segunda. Ramplón, plano, insulso, perdiendo tiempo como si fuera un equipo italiano de medio pelo. Faltaba media hora para acabar el partido y ya perdían tiempo, contagiando a un paralizado Valverde, que no intervino para reactivar a un Barça inerte. Apenas un cambio y en los últimos 10 minutos, la prueba irrefutable de que el técnico azulgrana se quedó sin recursos, al igual que sus jugadores.

En el segundo gol, ya en el tiempo añadido y mientras el Athletic, pagando todos sus errores, no pudo ser más inoperante e ineficaz, Paulinho firmó el triunfo. Era cuando Messi no corría, después de tocarse en varios momentos de la segunda mitad sus músculos, temiéndose lo peor ante una posible lesión. No arriesgó en ningún momento. El Barça, sí; Valverde, también. Jugó con fuego y no se quemó porque las manos de Ter Stegen son ignifugas.

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